Un click de la realidad: antes del olvido de George Floyd y Anderson Arboleda.

Black Lives Matter, "I can't breath", George Floyd y racismo han sido palabras auge por estos días. Así como coronavirus ya no parece ser la palabra foco de la rutina normalizada que hemos adoptado. El conocido homicidio de George Floyd provocó una ola de fortísimos disturbios en contra del racismo y el abuso policial productos de la gota de cualquier vaso a punto de derramarse: la indignación. Inmediatamente, las redes sociales instigaron la tendencia de la manifestación en contra de los prejuicios raciales y la cultura criminal del abuso policial, además de los disturbios. Mientras que en Colombia, Anderson Arboleda un joven afro oriundo del Cauca también fue asesinado a manos de policías que le propinaron cinco bolillazos en la cabeza, golpes que tuvieron como consecuencia muerte cerebral y su deceso. Luego de saberse esto, el escándalo se combinó con titulares como: "Anderson Arboleda, el George Floyd colombiano"o "Si George Floyd hubiera nacido en el Chocó nadie hablaría de él".

A decir verdad, son posiciones cómodas para pensar la problemática racial que en el fondo (como todos los problemas sociales) tienen que ver con la educación, una educación crítica para la ruptura de prejuicios -pero, no vamos a ahondar en ello-; el punto es que la muerte de Floyd y de Arboleda (en representación al 98% de muertes a negros por abuso policial en EE.UU) es diferente sólo por una razón: la muerte de Floyd se grabó y era de esperarse que un click tuviera como consecuencia la viralidad de la muerte. La potencia de la viralidad en las redes sociales es tal que parece absurdo que aún no haya una seriedad suficiente frente al uso de las distintas plataformas.

El anonimato, los sin rostro, el dolor no conocido, el no saber qué fue lo que dijo Anderson mientras era acribillado por salvajes, mientras que: "I can't breath" se convirtió en el slogan antirracista es lo que produce realmente la indignación por la muerte de un negro a manos de un policía blanco salvaje a la par del imaginario (que tristemente no es imaginario) de unas leyes Jim Crow en 2020. Lo problemático además de lo ya evidente, es que la manifestación se centre en lo que vemos y nos produce morbo, como la muerte, y que tengamos la paciencia (como si a actos de este tipo hubiese que tenerles paciencia) de esperar a que la viralidad contagie y produzca eco. Posteriormente, pensar en que ya son más de cien líderes sociales asesinados en Colombia -sólo éste año- y que la indignación no es la misma, porque nuestras posiciones combativas son mediocres cuando no hay un video homicida por cada una de estas personas, como no lo hubo por Anderson me produjo el sin sabor de la impotencia y la culpa. Muchos pensaron en la muerte de Dilan Cruz, que al provocar efectos de indignación similares, no fueron suficientes por una razón idéntica a la de Floyd: el rostro del asesino Manuel Cubillos, quien le disparó a Dilan, no pudo ser viral. El punto es, ¿hasta la aparición de qué video cruel seremos capaces de accionarnos?

Ah, eso sí, saber cuál será la manera de accionarnos en contra de los prejuicios raciales o de cualquier tipo, de una cultura en la que la arenga: ¡hay que estudiar, hay que estudiar, el que no estudie es policía nacional! sigue estando lejos del mundo del mitómano, además de la violencia indiscriminada en este país es impredecible porque Colombia es el país del alzheimer, un día celebran las protestas en contra del racismo en EE.UU y al otro día se les olvida que hace unos días mataron a tres personas (entre ellas dos menores de edad) sólo por ser hijos de un ex-fariano. Si retomamos a Floyd, incluso en unos meses se seguirán escuchando los usos típicos peyorativos racistas en el lenguaje: "qué trabajo tan negrero". Y, en caso de que saliéramos a las calles a reclamar justicia por Anderson, entonces ya no se celebra sino que somos vándalos sólo por no estar a un click de la realidad.